Reflexión Momento 2
Durante mi intervención en la escuela, me enfrenté a una experiencia que me llevó a reflexionar profundamente sobre cómo interactuamos con los niños pequeños y los desafíos inherentes a este proceso. Desde el principio, sabía que trabajar con NNA de corta edad no sería fácil; no obstante, jamás imaginé cuán complejo podría resultar comunicarme de manera efectiva con ellos. Me adentré en la tarea con entusiasmo, pero pronto me di cuenta de que la conexión que esperaba establecer no se producía tan rápidamente como había imaginado.
Me he dedicado completamente a la implementación del primer módulo de mi intervención sobre liderazgo dirigido a estudiantes de cuarto, quinto y séptimo básico. Uno de mis principales objetivos era que los estudiantes comprendieran qué es el liderazgo y su importancia dentro del entorno escolar. Sin embargo, cuando me enfrenté a un grupo de niños pequeños, la dinámica cambió drásticamente. A pesar de haberme preparado, al observar sus rostros confundidos, me sentí perdida. Era evidente que el vocabulario que había elegido no resonaba con ellos, lo que me llevó a reconocer la existencia de un abismo significativo entre lo que deseaba comunicar y lo que ellos podían entender.
Este desafío me llevó a recordar el enfoque de Vygotsky (1978) y su concepto de la zona de desarrollo próximo, que sugiere que los niños aprenden mejor cuando el contenido se ajusta a su nivel de comprensión. Fue en este momento crucial en el cual decidí modificar mi enfoque y emplear un lenguaje más accesible. Comencé a articularme utilizando un vocabulario básico, formulando frases cortas y sencillas, al tiempo que buscaba ejemplos que pudieran relacionarse con sus experiencias cotidianas. Al principio, me costó aceptar este cambio; sentía que había subestimado sus capacidades, lo cual me generaba incomodidad. Sin embargo, entendí que la simplicidad resultaba fundamental para captar su atención y asegurar que comprendieran el mensaje que pretendía transmitir. Hice un esfuerzo consciente por acercar el contenido a su realidad, utilizando personajes actuales o situaciones cotidianas que pudieran reconocer.
A pesar de esta adaptación en mi estilo de comunicación, no logré disipar el temor que comenzó a invadirme. Había escuchado relatos de los docentes de la escuela que habían experimentado situaciones difíciles en el aula, como el caso de una compañera de carrera que lloró durante su intervención. No podía evitar cuestionarme: "¿Y si esta situación me sucede a mí? ¿Y si no me prestan atención o, peor aún, se burlan de mí?" Este temor me acompañó a lo largo de la intervención, generando en mí una sensación de vulnerabilidad. Percibía que los niños funcionaban como espejos, reflejando no solo su comprensión, sino también mis inseguridades. Esta exposición me llevó, en ocasiones, a dudar de mis habilidades y de mi capacidad para llevar a cabo la tarea que me había propuesto.
La primera vez que intenté involucrar a los NNA en una dinámica participativa, mis nervios estaban a flor de piel. Observé cómo algunos de ellos comenzaban a murmurar entre sí, y en mi mente se activaron las alarmas. "No están interesados", pensé, lo que me provocó una angustia profunda. Las experiencias previas que me habían contado incrementaron mi ansiedad; cada pequeño ruido o risa me hacía temer que todo se desmoronara. Sin embargo, decidí perseverar, mantener la calma y ser lo más auténtica posible. Intenté recordar que cada interacción constituía una oportunidad de aprendizaje, tanto para ellos como para mí.
A medida que avanzaban mi actividad, ajusté mi enfoque y encontré formas creativas de captar su atención. Comencé a incorporar elementos visuales y actividades lúdicas que pudieran mantener su interés y facilitar el aprendizaje. Lo que antes me resultaba aterrador se transformó en una experiencia enriquecedora. Comprendí que, aunque mis miedos eran válidos, no definían mi capacidad para interactuar con ellos. Con cada pequeña victoria —un niño levantando la mano, otro sonriendo o formulando una pregunta— comenzaba a ganar confianza. Sus reacciones, a menudo inesperadas, me recordaron que el aprendizaje no siempre sigue un camino lineal, y que es en esos momentos de conexión donde verdaderamente se produce un aprendizaje significativo.
Observar cómo discutían y colaboraban fue un alivio; no solo estaban prestando atención, sino que también se involucraban activamente en la dinámica. Este momento me permitió comprender que, a pesar de mis inseguridades, los niños respondían positivamente a un enfoque que consideraba sus intereses y necesidades. La interacción se volvió más fluida y natural, y comencé a disfrutar de la experiencia.
La interacción con los niños y la observación de sus dinámicas fue fundamental para mi aprendizaje. Sarason (1990), quien destaca el papel crucial del entorno en el proceso educativo, subraya que el docente debe crear un contexto seguro y de apoyo para facilitar el aprendizaje. Este principio fue clave durante mi intervención, ya que me aseguré de que los niños se sientan cómodos para participar activamente. La supervisión durante mis intervenciones, en la que recibí retroalimentación constante, se convirtió en un espacio valioso donde pude reflexionar sobre mis miedos y avances. Estas sesiones me enseñaron a no ser tan dura conmigo misma y a reconocer que el proceso de aprendizaje es continuo y multifacético
Adicionalmente, en medio de las actividades recreativas y momentos de esparcimiento, tuve la oportunidad de observar la evolución de los niños. La forma en que se expresaban, compartían sus ideas y se emocionaban al participar me brindó una profunda satisfacción. Comprendí que, aunque la interacción con niños pequeños puede ser desafiante, también está llena de recompensas. Cada risa, cada momento de concentración y cada gesto de interés son recordatorios de que, a pesar de mis inseguridades, estaba logrando algo significativo.
Una de las claves de mi experiencia fue el apoyo incondicional de mi compañera Moira, quien me acompañó durante el módulo. Su presencia no solo constituyó un respaldo emocional, sino que también me brindó una perspectiva valiosa sobre la dinámica del grupo. Con ella, me sentí más confiada, lo que me permitió sobrepasar mis temores y ser más auténtica en mi presentación. Moira contribuyó con ideas creativas que complementaron mis actividades y facilitó la gestión del grupo en los momentos en que yo me sentía más insegura. Juntas, exploramos diversas estrategias para captar la atención de los niños y hacer que se sintieran cómodos en el entorno de aprendizaje.
La interacción con Moira fue fundamental, no solo por la ayuda práctica que me ofreció, sino porque también compartió sus propias experiencias y desafíos al trabajar con niños. Esta simple acción me proporcionó la fortaleza necesaria para avanzar, incluso cuando las situaciones se tornaban complicadas. Su apoyo me enseñó que el trabajo en equipo no solo es valioso en el ámbito profesional, sino que también es esencial en el aprendizaje y la enseñanza.
Reflexionando sobre mi desempeño y las decisiones que tomé durante la intervención, me doy cuenta de que cada experiencia, ya sea positiva o desafiante, ha contribuido a mi crecimiento personal y profesional. La práctica reflexiva me ha permitido identificar mis fortalezas y áreas de mejora, y el feedback recibido en las sesiones de supervisión con mi supervisora ha sido invaluable. Aplicar esta retroalimentación no solo ha mejorado mi intervención, sino que también ha fortalecido mi confianza en mis habilidades como futura trabajadora social.
En conclusión, este último tiempo en la escuela fue un viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal. Aprendí a adaptarme, a cambiar mi enfoque y a ser flexible ante las circunstancias. La interacción con los niño(a)s pequeños, aunque desafiante al principio, se transformó en un espacio de aprendizaje y conexión genuina. Mis temores iniciales se convirtieron en momentos de gratitud y alegría, y me di cuenta de que el verdadero liderazgo no se limita a la transmisión de información, sino que implica construir puentes de comprensión y confianza. Esta experiencia me dejó una lección invaluable sobre la importancia de la empatía y la adaptabilidad en el ámbito educativo, y estoy convencida de que cada interacción futura será aún más enriquecedora.