Reflexión momento 3

Realizar mi práctica intermedia en la Escuela Básica Su Santidad San Juan XXIII fue un proceso complejo, lleno de desafíos que me llevaron a experimentar un amplio rango de emociones. A pesar de haber iniciado este camino con entusiasmo y una visión clara de lo que deseaba lograr, la experiencia estuvo marcada por momentos de inseguridad, frustración y, sobre todo, una profunda sensación de soledad. Esta reflexión busca explorar las dificultades que enfrenté, los aprendizajes que surgieron de estas adversidades y los logros que, aunque costosos, fueron significativos tanto para mí como para la comunidad educativa.

Uno de los mayores obstáculos que experimenté fue el sentimiento de abandono. Desde el inicio, me enfrenté a la falta de apoyo por parte de mi supervisora, quien, con su desinterés y actitud distante, generó barreras significativas para el avance de mi intervención. Esto no solo dificultó el desarrollo de mis ideas y propuestas, sino que también impactó profundamente mi confianza y motivación. En varias ocasiones, me sentí como si estuviera trabajando en un vacío, sin orientación ni respaldo. La ausencia de un acompañamiento efectivo por parte de mi supervisora hizo que cada decisión y cada paso se sintieran como un salto al vacío, lo que incrementó mis inseguridades iniciales y el temor de no estar logrando un impacto positivo en la institución.

Por otro lado, intenté involucrar a los docentes en las actividades y talleres que diseñé, pero encontré resistencia por parte de muchos de ellos. Ya fuera por desinterés, por considerar que mi propuesta no era prioritaria o por simples tensiones del día a día, su falta de compromiso se convirtió en otra barrera para la implementación de mi intervención. Esto no solo limitó el alcance de mis actividades, sino que también generó un sentimiento de frustración y desilusión. Como futura trabajadora social, una de mis metas es construir redes de colaboración y fomentar el trabajo en equipo; sin embargo, este objetivo se vio continuamente obstaculizado por la falta de receptividad y apoyo.

A pesar de estos desafíos, no todo fue negativo. Un aspecto fundamental que me ayudó a sobrellevar esta etapa fue el apoyo de mi compañera Moira. Su presencia fue una fuente constante de aliento y creatividad. Moira no solo compartió conmigo ideas para mejorar nuestras intervenciones, sino que también me brindó apoyo emocional en los momentos más difíciles. Sin ella, habría sido mucho más complicado continuar avanzando.

Sin embargo, un punto de inflexión ocurrió cuando una docente se interesó en mi trabajo y decidió apoyarme. Su orientación y compromiso marcaron un antes y un después en mi experiencia. No solo me brindó retroalimentación valiosa para ajustar mis propuestas de intervención, sino que también me ayudó a involucrar a otros docentes que, hasta ese momento, habían mostrado poca disposición a participar. Con su ayuda, logré generar un espacio de colaboración más amplio, donde las intervenciones comenzaron a ser vistas como una oportunidad para el crecimiento tanto de los estudiantes como del equipo docente. Este apoyo fue fundamental para superar las barreras iniciales y para lograr que mis propuestas tomaran forma de manera efectiva.

En cuanto a las intervenciones que logré implementar, integré talleres, actividades lúdicas y un programa de mentorías que generaron un entorno de aprendizaje colaborativo. Estas iniciativas permitieron que los estudiantes experimentaran roles de liderazgo y participación activa. Fue inspirador ver cómo, a pesar de las barreras iniciales, estos espacios contribuyeron a reforzar el sentido de pertenencia y a empoderar a los estudiantes como agentes de cambio en su comunidad educativa.

Un logro particularmente significativo fue el incremento en el número de estudiantes que decidieron postularse al Centro de Alumnos. Este cambio refleja no solo un interés renovado por participar en las dinámicas escolares, sino también una transformación en el macrosistema de la escuela. Según Barbera y Tortajada (2018), la participación estudiantil es clave para el desarrollo de competencias cívicas y para la promoción de valores como la solidaridad, la responsabilidad y el respeto por la diversidad. Desde esta perspectiva, el aumento en la participación de los estudiantes no solo es un indicador de éxito para mi intervención, sino también una señal de que, a pesar de las dificultades, es posible generar cambios positivos en la cultura escolar.

Este cambio cultural también está alineado con lo planteado por Fernández (2021), quien sostiene que la colaboración entre los diferentes actores escolares es esencial para mejorar los resultados educativos y fomentar una cultura de participación. Aunque el apoyo de algunos docentes fue limitado inicialmente, el involucramiento logrado gracias a la docente que me ayudó evidenció el poder del trabajo en equipo y el impacto positivo que puede generar un esfuerzo conjunto en la comunidad escolar.

Desde una perspectiva personal, esta experiencia me permitió reflexionar sobre la importancia de considerar la complejidad del desarrollo humano y las múltiples influencias que interactúan en la formación de los estudiantes. Inspirándome en el modelo ecológico de Bronfenbrenner, comprendí la necesidad de trabajar de manera integrada con todos los sistemas que rodean a los estudiantes. Esto incluye no solo la escuela, sino también a las familias, las comunidades y las políticas educativas. Aunque este enfoque integrador presenta desafíos, es esencial para crear entornos que no solo faciliten el aprendizaje académico, sino que también potencien el desarrollo socioemocional y cívico.

En retrospectiva, mi práctica intermedia fue una experiencia profundamente desalentadora y decepcionante en varios aspectos. Sin embargo, también fue una oportunidad invaluable para crecer como profesional y como persona. Las dificultades que enfrenté me ayudaron a desarrollar resiliencia, creatividad y habilidades para enfrentar la adversidad. Si bien es cierto que el sentimiento de soledad y el desinterés de algunos actores institucionales dejaron una huella emocional, también es cierto que estos desafíos me impulsaron a buscar soluciones y a encontrar aliados en lugares inesperados, como en la relación con los estudiantes y en el apoyo de mi compañera de práctica y la docente que me acompañó en la etapa final.

Finalmente, esta experiencia reafirmó mi convicción en el potencial transformador del trabajo social en contextos educativos. Aunque el camino fue difícil y estuvo lleno de obstáculos, los pequeños logros alcanzados me recordaron por qué elegí esta profesión: para ser un agente de cambio, para promover la justicia social y para construir comunidades más inclusivas y equitativas. La práctica no solo contribuyó a mi formación profesional, sino que también me permitió reflexionar sobre mi propio rol como trabajadora social y sobre la importancia de perseverar, incluso en los contextos más adversos.

En conclusión, mi práctica intermedia fue un viaje complejo y desafiante, marcado por momentos de desilusión y soledad, pero también por aprendizajes profundos y transformaciones significativas. La ayuda inesperada de una docente fue un elemento clave para superar las barreras iniciales y avanzar en mi intervención, dejando en claro el valor de la colaboración y la orientación en procesos educativos. Aunque no siempre se sintió como un éxito, esta experiencia me enseñó lecciones invaluables sobre la importancia de la resiliencia, el compromiso y el trabajo en equipo. Estoy convencida de que estos aprendizajes me acompañarán en mi camino profesional y me ayudarán a enfrentar futuros desafíos con mayor confianza y determinación.

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